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México DF sorprende

Ahí estábamos intentado descubir la belleza de Distrito Federal y preparadas para hacer turismo por una ciudad de 20 millones de habitantes y calles, al menos una, de 42 kilómetros. Pocas eran las referencias que tenía sobre DF antes de emprender el viaje, pero al final sólo puedo decir que me sorprendió gratamente.

En la parada de metro Indios Verdes tomamos un autocar que nos transportó hasta las pirámides de Teotihuacan...

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Sí, el mismo lugar idílico donde ahora EEUU quiere expandir su poder e instalar un gran centro comercial. Dos mariachis nos amenizaron el viaje con su acordeón y su guitarra, mientras en el exterior se sucedían las barriadas apiladas en las laderas de los cerros próximos a DF. Viviendas humildes, depósitos de agua en los tejados, banderas y más banderas mexicanas por todos los lados…

Tomamos una ‘ronda de cuota’ y en pocos minutos llegamos a las pirámides. La primera que nos recibió fue la impresionante del Sol. Caminamos dos pasos y me llevé la sorpresa de que dos compañeros de profesión de Valladolid (José Luis y Rosa) estaban allí al pie de la mole de piedra. Entre risas entrecortadas y comentarios ascendimos los cientos de escaleras que nos separaban de la cumbre. La subida fue cansada, pero menos de lo que me pensaba viéndola desde abajo. Además los escalones eran mucho más cómodos y menos empinados que los que había visto antes en fotografías de Chiche Itza, en la Ribera Maya.

La visita a las pirámides nos llevó varias horas porque era mucho lo que ver y, sobre todo, mucho más lo que sentir. Vendedores de artesanía nos ‘asaltaban’ en busca de pesos, dólares o euros. Imposible subir a la pirámide de la Luna, menos impresionante que la anterior pero asentada en un entorno más armónico. Un guardia impedía el paso, supuestamente, porque estaban realizando excavaciones en el interior y la seguridad no era total. Al fin nos encontramos con los amigos con los que habíamos quedado el día anterior y nos fuimos a comer a la Gruta, una ‘turistada’ que bien merecía una visita.

Como la lluvia, características de todas las tardes del mes de septiembre, regresamos a DF, no sin antes tener que soportar cómo algunos policías subían al autocar y chacheaban a los hombres (incluidos los turistas) en busca de pistolas u objetos punzantes.

En metro llegamos al Zócalo. Por fin tendríamos la oportunidad de pisar el centro de DF. Septiembre es el mes patrio y los mexicanos, muy patrióticos ellos, estaban de fiesta. En el escenario que ocupaba la parte más próxima a la Catedral, un ‘galansote’ acaparaba la atención de los miles de mexicanos que, bajo paraguas, ocupaban toda la gran plaza. Rancheras y a bailar, que no todos los días se está en DF escuchando ese tipo de música y viendo como ellos se divierten. Había que integrarse.

De ahí nos fuimos a la plaza Garibaldi. Nos habían hablando mal de esa plaza porque el ambiente de las calles aledañas es, como dirían por allá, “un tanto pesado”. Pesado lo era. De hecho, si no nos hubiera acompañado Adrián, quizá nos habríamos dado la vuelta a mitad de camino. Por suerte continuamos porque la diversión estuvo garantizada, pese a la lluvia intermitente.

Los mariachis ofrecían sus servicios y la gente aceptaba por un módico precio que entonasen una canción a su madre, a su novia, a su marido… La lluvia se hizo más persistente y nos refugiamos en el templete central, donde escuchamos apretujados una decena de canciones, mientras unos niños, colocados por esnifar pegamento, intentaban acceder al lugar. La imagen me sobrecogió. La había visto en varios documentales y reportajes, pero verlo allí me entristeció. Lo peor fue presenciar el trato y el desprecio con el que les trataban algunas de las personas que borrachos se reían de ellos. Me vino a la mente en ese preciso momento las palabras de Adrián: “lo cotidiano se cotidianiza”. Qué lástima y qué dura realidad.

A la 1 de la madrugada me encontré, por fin, con mis amigos españoles con los que proseguí la fiesta. En el taxi de regreso a casa de Begoña y Jacobo fuimos siete personas más el conductor. Impensable en España.

Al día siguiente nuestro destino fue Xochimilco (tierra de flores). De la parada de Refinería nos dirigimos a Trasqueña, la última de la línea azul, muy lejos, donde subimos en un tren ligero hasta ese pueblo característico por sus 180 kilómetros de canales y por el colorido que imponen las barcas (trajineras). Este es un lugar donde los mexicanos de DF celebran sus cumpleaños o donde pasan un día en familia. Pocos turistas nos encontramos, aunque para ser sincera no los vimos durante toda nuestra estancia en el país. Al poco encontramos el primer embarcadero y tomamos la trajinera Carmelita, adornada con papeles de colores en sustitución de las tradicionales flores.

1.000 embarcaciones estaban preparadas para ‘surcar’ los cinco kilómetros del canal principal, además de las que pertenecen a los pobladores de la zona. Atascos inverosímiles impedían avanzar más deprisa. Nuestro barquero, Ramón, nos iba explicando por dónde íbamos. A ambos lados de los canales existían casas edificadas con tierra y troncos, que sufrían las filtraciones por tener tan cerca los lagos. Hace muchos años, este lago debió estar unido con el Zócalo de DF; eso fue antes de que se desecara el casco histórico de la ciudad. El canal estaba en apariencia sucio, si bien el barquero nos aclaró que la suciedad visual se debía exclusivamente al lodo del fondo.

Durante las más de dos horas que duró el paseo tuvimos ocasión de que nos tocaran varias canciones unos mariachis, podríamos haber comprado flores, arbolitos, de todo. Por 225 pesos comimos las cinco sobre la embarcación, michote de cordero, marimbo…

Concluido el viaje nos dirigimos al museo de Dolores Olmedo Patiño, donde pudimos contemplar por primera vez la obra de Frida Kahlo y su marido Diego Rivera. De allí al Zócalo y vueltas por la ciudad. La Alameda, Bellas Artes, la plaza de la Revolución, el monumento a la República, el restaurante Sambor, donde Zapata desayunó una vez.

Ya era otro día y esta vez nos decantamos por el barrio de Coyoacán para ver la casa de Frida. Ver previamente la película sobre esta sorprendente mujer ayuda, y mucho, a comprender su obra, sus pinturas y sus dibujos. De la casa azul que compartieron Frida y Diego de Rivera nos trasladamos a la de Trotski, donde nos recibió una hoz y un martillo a los pies de la bandera rusa. Allí contemplamos la habitación donde le habían asesinado, su cocina, su vestuario, su comedor, su despacho. ¡Cuántas conversaciones relevantes escucharían esos muros! Los jardines de la casa eran tan acogedores que decidimos comer en su patio antes de dirigirnos al Zócalo de Coyoacán para callejear.

Eran nuestros últimos días en DF antes de partir para el verdadero viaje: el de las Huastecas para convivir con los indígenas e imbuirnos de su auténtica forma de vida y de todas las violaciones a los derechos humanos a las que les somete el Gobierno de Fox.

Decidimos levantarnos antes para coger el bus turístico que nos permitiría hacernos una idea de cómo es México DF ante la imposibilidad de patearse esta macro ciudad de más de 20 millones de habitantes (la mitad de toda la población española). Tomamos el metro en Refinería, como siempre, dirección a Tacuba y de allí en la línea azul al Zócalo (dos pesos -25 pesetas- cuesta el metro). Entramos en el Palacio de la Gobernación a ver los impresionantes murales de Diego de Rivera que requirieron una explicación para comprender de forma visual la historia concentrada de México. Tan colorista como ilustrativo. Tardó 20 años en realizarlos y lo hizo de forma gratuita. Lástima que su muerte impidió concluir todos los murales que ya tenía preparados.

Al salir del Palacio llegaron las primeras compras en el Zócalo, en la misma puerta de la catedral, y eso pese a que el cura persigue la venta ambulante a sus puertas. “¡Qué quieren, que robemos!”, fue la respuesta de una de las vendedoras. El recorrido del bus turístico, que se coge a la derecha de la catedral, duró tres horas, pero mereció la pena porque así nos hicimos una idea de las dimensiones de esta ciudad. El bosque de Chapultepec, el pijísimo barrio de Polanco, la zona Rosa… Al bajar eran ya las 16 horas, nos comimos unos tacos callejeros y anduvimos hasta la Ciudadela, donde a las 18.30 habíamos quedado con el resto de la expedición.

La primera visita a la Ciudadela me decepcionó, realmente me esperaba un mercado como los de Perú y no tenía nada que ver. Cambiamos la Ciudadela por el mercado de artesanías de San Juan que, a pocos metros, ofrecía el mismo material a precios más asequibles. Con más bolsas de las que deberíamos, nos fuimos desde el metro Balderas hasta Refinería y de allí, a pocos minutos, a la Limeddh (Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos) donde nos alojábamos.

De ahí a nuestro auténtico viaje por el interior de un país que enamora
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Posted by vayamundos on Thursday, January 01, 1970 (00:33:25) (10379 reads) [ Administration ]

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